Aquelarre, soneto

Mediada de la noche la carrera,
de un monte en el reducto más profundo,
se perpetraba el crimen más inmundo
al que al hombre Satán llevar pudiera:

En cabruna apariencia, ¡oh, qué quimera!
reverenciaba al Príncipe del Mundo
y le estampaba el beso nauseabundo
la horda que al Terror estremeciera:

Espantajos deformes y temibles
y tarascas de muecas imposibles,
homúnculos y engendros del Averno,

del Mal los hijos más inconcebibles,
el ejército fiero del Infierno
al que ha de derrotar el Dios Eterno.

Osvaldo de Luis

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