Alfa y Omega, dos sonetos de Antonio Machado.

Cabe la vida entera en un soneto
empezado con lánguido descuido,
y apenas iniciado, ha transcurrido
la infancia, imagen del primer cuarteto.

Llega la juventud con el secreto
de la vida, que pasa inadvertido,
y que se va también, que ya se ha ido,
antes de entrar en el primer terceto.

Maduros, a mirar a ayer tornamos
añorantes y, ansiosos, a mañana,
y así el primer terceto malgastamos.

y cuando en el terceto último entramos,
es para ver con experiencia vana
que se acaba el soneto… Y que nos vamos.
Tuvo mi corazón, encrucijada
de cien caminos, todos pasajeros, 
un gentío sin cita ni posada, 
como en andén ruidoso de viajeros.

Hizo a los cuatro vientos su jornada, 
disperso el corazón por cien senderos
de llana tierra o piedra aborrascada, 
y a la suerte, en el mar, de cien veleros.

Hoy, enjambre que torna a su colmena
cuando el bando de cuervos enronquece
en busca de su peña denegrida,

vuelve mi corazón a su faena, 
con néctares del campo que florece
y el luto de la tarde desabrida. 



















En 1895, Antonio Machado aún no había acabado el bachiller. Al año siguiente, dos días antes de su 21 cumpleaños, murió su abuelo, el luchador krausista, íntimo amigo de Giner y eminente zoólogo Antonio Machado Núñez. A la pérdida familiar se unió el descalabro económico de una familia de la que Juan Ramón Jiménez dejaría este cruel retrato en su libro El modernismo. Notas de un curso: "...
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