Peces de plata.

La niña lava que lava
en la orillita del río
dos peces color de plata
en su cesto se han metido.

Con cuánta ternura los prende
para ponerlos en su enagua
y llevarlos con otros peces
que nadan dentro del agua.

Los peces saltan que saltan
están tan agradecidos
que quieren llegar a su cara
y calentar sus labios fríos.
Qué dulzura hay en su cara
cuando en sus manos los coge
y al oído les susurra
vengo a visitaros esta noche.

De júbilo saltan de nuevo
a esas corrientes heladas
tienen por fin ese consuelo
de tener una amiga encantada.

Y encantado por sus sueños
los peces están sonriendo
no quieren que pase mas tiempo
y a su casa van corriendo.



Arbole, arbole seco y verde. Federico García Lorca

La niña de bello rostro
está cogiendo aceituna,
el viento, galán de torres,
la prende por la cintura.

Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas.
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.

“Vente a Granada, muchacha.”
La niña no los escucha
pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espada de plata antigua.
“Vente a Sevilla, muchacha.”
La niña no los escucha.

Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.

“Vente a Granada, muchacha.”
Y la niña no lo escucha.

La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.


















El universo lorquiano se define por un palpable sistematismo: la poesía, el drama y la prosa se alimentan de obsesiones, amor, deseo, esterilidad y de claves estilísticas constantes. La variedad de formas y tonalidades nunca atenta contra esa unidad cuya cuestión central es la frustración.
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