Poema de Víctor Hugo. Quien no ama no vive...

Quienquiera que fueres, óyeme:
si con ávidas miradas
nunca tú a la luz del véspero
has seguido las pisadas,
el andar süave y rítmico
de una celeste visión; 

O tal vez un velo cándido,
cual meteoro esplendente, 
que pasa, y en sombras fúnebres 
ocúltase de repente, 
dejando de luz purísima 
un rastro en el corazón;

Si sólo porque en imágenes
te la reveló el poeta,
la dicha conoces íntima,
la felicidad secreta,
del que árbitro se alza único
de otro enamorado ser;

Del que más nocturnas lámparas
no ve, ni otros soles claros,
ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros
que aquella que vierten mágica
los ojos de una mujer; 

Si el fin de sarao espléndido
nunca tú aguardaste afuera,
embozado, mudo, tétrico
mientras en la alta vidriera
reflejos se cruzan pálidos
del voluptuoso vaivén), 

Para ver si como ráfaga
luminosa a la salida,
con un sonreír benévolo
te vuelve esperanza y vida 
joven beldad de ojos lánguidos,
orlada en flores la sien. 

Si celoso tú y colérico
no has visto una blanca mano 
usurpada, en fiesta pública,
por la de galán profano, 
y el seno que adoras, próximo 
a otro pecho, palpitar; 

Ni has devorado los ímpetu
de reconcentrada ira,
rodar viendo el valse impúdico
que deshoja, mientras gira 
en vertiginoso círculo,
flores y niñas al par; 
Si con la luz del crepúsculo 
no has bajado las colinas,
henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas,
ni a lo largo de los álamos 
grato el pasear te fue; 

Si en tanto que en la alta bóveda
un astro y otro relumbra,
dos corazones simpáticos
no gozasteis la penumbra, 
hablando palabras místicas,
baja la voz, tardo el pie; 

Si nunca al roce magnético 
temblaste de ángel soñado;
si nunca un Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado,
quedó sonando en tu espíritu
cual perenne vibración;

Si no has mirado con lástima 
al hombre sediento de oro, 
para el que en vano munífico 
brinda el amor su tesoro,
y de regio cetro y púrpura 
no tuviste compasión;

Si en medio de noche lóbrega
cuando todo duerme y calla,
y ella goza sueño plácido, 
contigo mismo en batalla
no te desataste en lágrimas
con un despecho infantil;

Si enloquecido o sonámbulo
no la has llamado mil veces, 
quizá mezclando frenético
las blasfemias a las preces,
también a la muerte, mísero, 
invocando veces mil;

Si una mirada benéfica
no has sentido que desciende
a tu seno, como súbito
lampo que las sombras hiende
y ver nos hace beatífica
región de serena luz;

O tal vez el ceño gélido
sufriendo de la que adoras, 
no desfalleciste exánime, 
misterios de amor ignoras.

Víctor Hugo


























































Ocupa un puesto notable en la historia de las letras francesas del siglo XIX en una gran variedad de géneros y ámbitos.Fue un poeta lírico, con obras como Odas y baladas (1826), Las hojas de otoño (1832) o Las contemplaciones...Para saber más pulse aquí...

Sonetos Ines de la Cruz y Quevedo.

Sor Inés de la Cruz

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y en tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu quietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.
Francisco de Quevedo

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo; vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.





















Quevedo, de precoz inteligencia, lo llevaron al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, en lo que hoy es el Instituto de San Isidro de Madrid  y después estudió Teología en Alcalá sin llegar a ordenarse, así como lenguas antiguas y modernas...Para saber mas pulse aquí.

Sor Juana Inés de la Cruz ocupó, junto con Juan Ruiz de Alarcón y Carlos de Sigüenza y Góngora, un destacado lugar en la literatura novohispana. En el campo de la lírica, su trabajo se adscribe a los lineamientos del barroco español en su etapa tardía...Para saber más pulse aquí.
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