Cuando yo era el niño dios...

Cuando yo era el niño dios, 
era Moguer, este pueblo,
una blanca maravilla; 
la luz con el tiempo dentro.

Cada casa era palacio 
y catedral cada templo;
estaba todo en su sitio, 
lo de la tierra y el cielo;
y por esas viñas verdes 
saltaba yo con mi perro,
alegres como las nubes, 
como los vientos, ligeros,
creyendo que el horizonte 
era la raya del término.

Recuerdo luego que un día 
en que volví yo a mi pueblo
después del primer faltar, 
me pareció un cementerio.
Las casas no eran palacios 
ni catedrales los templos,
y en todas partes reinaban 
la soledad y el silencio.
Yo me sentía muy chico, 
hormiguito de desierto,
con Concha la Mandadera, 
toda de negro con negro,
que, bajo el tórrido sol 
y por la calle de en medio,
iba tirando doblada 
del niño dios y su perro:
el niño todo metido 
en hondo ensimismamiento,
el perro considerándolo 
con aprobación y esmero.

¡Qué tiempo el tiempo! 
¿Se fue con el niño dios huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre 
lo que fue con lo primero!

Quién pudiera no caer, 
no, no, no caer de viejo;
ser de nuevo el alba pura, 
vivir con el tiempo entero,
morir siendo el niño dios 
en mi Moguer, este pueblo…


























Juan Ramón Jiménez revisó concienzudamente a lo largo de su vida su obra. El poemario Leyenda (1896-1956), publicado póstumamente por Antonio Sánchez Romeralo en 1978, y en edición corregida por María Estela Arretche en 2006 (Madrid: Visor), recoge la obra poética íntegra del autor tal como éste quiso que se publicara...Para saber más pulse aquí.

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