De vuelta a Sevilla.

El día amaneció lluvioso, pero eso no impidió que a las dieciséis hora, las damas bajaran de sus limusinas y subieran juntas con sus paraguas de colores, la escalinata de la mansión de Lucrecia en su primer día de estancia en Sevilla, después del largo periodo vacacional en las Barbados. Desde donde observaba el senador, al pasar por debajo parecía como si hubieran puesto en fila las fichas de un parchís.
Un coche camuflado de la policía judicial con un agente de paisano, contemplaba el espectáculo propio de una puesta en escena de una película de Fellini…

Cerca de ese coche había otro con dos agentes del servicio secreto, las ventanillas tintadas para mantener a salvo de miradas exteriores una cámara de video con micrófono láser que obtenía todos los sonidos a considerable distancia.
Las damas sabían estos detalles y no pronunciaron una sola palabra mientras subían.
Rosario como años atrás, no pudo evitar levantar el dedo corazón hacia Don Tomas el senador, que seguía con su rutina y su prismático mirando el cortejo.

Se diría que este grupo tan pintoresco no había cambiado en sus más de veinticinco años juntas, en la puerta de entrada donde Lucrecia esperaba, se dieron un beso protocolario en las mejillas mientras sonreían artificialmente, cuando la puerta se cerró se besaron todas en la boca apasionadamente.

No dijeron una sola palabra hasta entrar en un salón blindado a escuchas electrónicas desde el exterior, en el interior había cámaras de vigilancia colocadas por Don Tomas, pero eso no le preocupaba, el senador solo vería y escucharía lo que Lucrecia quisiera para bien de sus propios intereses.

Se sentaron las cinco en una hermosa mesa circular blanca de madera de roble lacada en blanco, tenia incrustaciones en mármol rosa de diferente parejas en posturas altamente erótica, en el centro una rosa blanca y a los lados cuatro rosas rodeándola, roja, azul, amarillo y verde.

Un joven musculoso y solo vestido con una pajarita y un delantal, trajo un carrito con algunas bebidas, Rosario siempre se tomaba un whisky, las demás damas un jerez dulce.
En esos preliminares del té, todo era muy inocente a pesar de ese Adonis rondando entre ellas, solo era un mero objeto decorativo viviente al que se acercaba alguna de las manos de las damas para aliviar sus tensiones momentáneas.

Las conversaciones seguían una pauta también inocente y ambiguas sin mucho contenido, solo parecía estar pasando el tiempo hasta que llegara la hora del té.
Si daba la impresión que en la atmósfera flotaba un aire cargado de lujuria, las damas se apretaban las manos como impacientes por algo o por pura ansiedad, se notaban inquietas desde que supo por Lucrecia que había cámaras de vigilancia dentro puestas por el senador, pero sobre todo por no poder exhibir todos sus encantos como les gustaba frente a esas cámaras y aplacar su lujuria allí mismo…
Por las cámaras del senador no se preocupaban, tenían tanto contra él, que sabía que no las iba a utilizar en su contra y podían tomarse la libertad de vez en cuando de regalarle un gesto obsceno…

A las diecisiete hora exactamente, un precioso carrito de madera importado de china, hizo su aparición empujado por ese semental que hacia volver las miradas de las damas, sobre todo cuando los miraba por detrás que el delantal no lo cubría y el mozo conocedor de su oficio, se inclinaba sobre el carrito para pronunciar sus atributos, haciendo que los ojos de las damas se movieran al compás de sus caderas…

Una obra de arte en cerámica china, conformaba todo el juego de té y empezando por Doña Lucrecia, una a una pudo paladear de su taza, un té al estilo moruno, muy dulce y con mucha hierbabuena, un verdadero placer para los sentidos.
En una bandeja de plata haba un surtido de pastas, bombones rellenos de licor y trufas.

A las dieciocho horas, las damas se levantaban y se dirigían a una habitación de la planta alta donde todas sus tensiones desaparecerían…de mi novela Las damas y el té de las cinco...para seguir leyendo pulse aquí. 

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