Las damas y el té de las cinco. Prologo.-Novela intriga, policiaca.

Las damas y el té de las cinco.

Prologo.-

Cada día a las dieciséis horas, cuatro limusinas paraban en la escalinata de la mansión de la señora Lucrecia. Cada una de un color, rojo, azul, amarillo y verde, como el color de los vestidos de traje de chaqueta que vestían las cuatro damas. Cuatro chóferes uniformados abrían las cuatro puertas a la vez y cuatro pies derechos de las correspondientes señoras, a las dieciséis horas un minuto se plantaban en la acera.

Las cuatro pisaban a la vez el primer escalón que conducía a la mansión, (como si un estricto protocolo así lo exigiera)…donde la señora Lucrecia con su mano levantada en señal de saludo al estilo reina de Inglaterra y la sonrisa adquirida en muchas horas de entrenamiento frente al espejo, esperaba.

La dama de rojo, La señorita Beatriz, Siempre mirando hacia arriba a su anfitriona y sonriendo murmura, mirarla, que cara de zorra tiene y se la da de señora.
Aunque le gusta que le llamen señorita Beatriz, ya enterró a dos maridos. Con cada multimillonario marido muerto, aumentaba el tamaño de las posesiones mas preciadas de su cuerpo. En la proa, dos revienta blusas desafiantes y en la popa dos balones de baloncesto que no sufrían la inflación, pero si de inflamación…

El valor de las joyas que portaba, era equivalente al producto nacional bruto de Guinea…Mientras subía se sintió acalorada por el roce de sus muslos y el recuerdo de las cinco juntas desnudas en las duchas del internado…

Vanesa, vestida con traje de chaqueta azul, cumplía los requisitos del grupo, creció con sus amigas en un orfanato donde las abandonaron en la época en que el grupo parchis de canciones infantiles triunfaba, siempre vestían con los colores que se asignaron.
Los roles nunca se cambiaban y hasta sus viviendas llevaban esa señal como color predominante.
Propietaria de una naviera, regalo prematuro de un prematuro marido muerto al caer accidentalmente por las escaleras, se jactaba de sus obras de caridad por que una vez al año, dejaba con uno de sus barcos en Mozambique, cien barriles de gas-oíl gratuitos, para los barcos pesqueros de un pariente lejano suyo, propietario de medio puerto…

Rosario con su traje amarillo y su extrema delgadez, me recordaba más a un plátano enderezado, aunque tengo que reconocer, que esos dos pomelos que lucia y su pronunciada retaguardia cuando se le miraba de lado, me alejaba de la visión de la fruta.
Rosario era dueña de un imperio que lo abarcaba todo, Industrias farmacéuticas, Casinos, Fabricas de armamento…todo cortesía de sus tres maridos muertos accidentalmente…al primero le fallaron los frenos de su mercedes cuando iba a esquiar en la zona de sierra nevada en Granada. El segundo en una explosión por escape de gas cuando estaba con su secretaria en una cabaña en las montañas. El tercero mordido por una cobra india que se escapó accidentalmente del terrario que tenían en su casa cuando Rosario estaba pasando casualmente un fin de semana fuera.
Le hizo una señal con el dedo corazón levantado a un senador que como cada día estaba con sus prismáticos en la mansión de al lado para no perderse detalle.

Berta era toda una bomba, con su traje verde que hacia juego con sus ojos, la falda muy corta y sus generosos atributos, llamaba la atención a sus cuarenta y ocho años, sobre todo llamaba la atención de sus cuatro amigas desde los catorce años que estaba plenamente desarrollada y era la que se llevaba la mayor de las atenciones y caricias.

Berta solo se casó dos veces, enterró a un marido que por accidente se cayó en un pozo de cal viva que estaba abierto para enterrar a las vacas que murieron en la finca cuando la epidemia del mal de las vacas locas. Ella lo había ayudado con su todo terreno…

Se quedó con una inmensa fortuna, ganaderías por todo el mundo, mataderos, una flota de camiones y grandes supermercados y centros comerciales repartidos por varios países, aunque ella lo que mas valoraba era su profesor de tenis…hasta que intentó chantajearla por que había visto como empujo a su marido y se lo echó a los cerdos.

Al llegar al final de la escalera donde Lucrecia esperaba, se dieron un beso protocolario y se metieron en la casa, a salvo de miradas indiscretas, se besaron en la boca…

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Ángel Reyes Burgos
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