Las flores del camposanto.




Un caballo va perdido.
Galopando va entre sueño
dejando su rastro herido
de tinta, en mi pensamiento.

Mientras mis ojos dormidos
y abiertos al negro eterno
se encienden como bombillas
para alumbrar lo que pienso.

Soñadora, siempre presa
buscando el ritmo del verso,
rapsoda, el aria sonoro
es canto de vino añejo.
Dale tu brío a mis manos
hasta derretir las nieves,
que aquellos versos de antaño
son los calores más fieles,
donde arderá el entrecejo.

Calaveras de alabastros
en bustos de frío invierno
los que dejaron sus notas
heladas en cementerio.

Mi verso fiel se desangra
en cuerpo de un esqueleto,
la brisa del camposanto
me huele a flores de muerto.



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