A la victoria de Bailén, Andrés Bello


Rompe el león soberbio la cadena
con que atarle pensó la felonía,
y sacude con noble bizarría
sobre el robusto cuello la melena;

La espuma del furor sus labios llena,
y a los rugidos que indignado envía,
el tigre tiembla en la caverna umbría,
y todo el bosque atónito resuena.

El león despertó; ¡temblad, traidores!
lo que vejez creísteis, fue descanso;
las juveniles fuerzas guarda enteras.

Perseguid, alevosos cazadores,
a la tímida liebre, al ciervo manso;
¡no insultéis al monarca de las fieras!
Lleno de susto un pobre cabecilla
leyendo estaba en oficial gaceta,
cómo ya no hay lugar que no someta
el poder invencible de Castilla.

De insurgentes no queda ni semilla;
a todos destripó la bayoneta,
y el funesto catálogo completa
su propio nombre en letra bastardilla.

De cómo fue batido, preso y muerto,
y cómo me le hicieron picadillo,
dos y tres veces repasó la historia;

Tanto, que, al fin, teniéndolo por cierto,
exclamó compungido el pobrecillo:
Pues Dios me tenga en gloria.
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