Muérdeme los labios...

Atrapa mis labios con tus dientes
y muerdelos con tu furia contenida
acumulada por el deseo de tu mente
de la ausencia que te deja estremecida.

No me suelte aunque gima impotente
porque quiero morir entre tus labios
hazme sangre, que veras tan dulcemente
que son perlas de mis versos apasionados.

Yo provocaré en tu cuerpo mil locuras
cuando mis besos por tu cuerpo se deslice
y bajaré mas halla de tu cintura
para viajar por tus montes y tus planicie.
Y volveré con mi boca por senderos
recorriendo tus recodos y tus colinas
hasta hacerte tocar el mismo cielo
cuando mi lengua finalice en tus esquinas.

Y mis dedos recorran tus dos guirnaldas
donde pronto recalará mi ardiente gana
cuando en la cama nuestra húmeda almohada
nos salude con el sol de la mañana.

Entonces te abrazaré estremecido
de esta noche tan llena de pasión
y en tu pecho me quede ya rendido
para que sueñe con dulzura el corazón.






















Soneto XXV y XXVI de Garcilaso de la Vega


¡Oh hado ejecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen los amores,
y toda la esperanza de mis cosas
tornados en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron,
recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche oscura
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.
Echado está por tierra el fundamento
que mi vivir cansado sostenía.
¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!
¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
cuando se ocupa en bien de cosa mía!
A mi esperanza, así como a baldía,
mil veces la castiga mi tormento.

Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.

Aquéste es el deseo que me lleva,
a que desee tornar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.



















Formaba parte del séquito del Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II duque de Alba de Tormes cuando Carlos I desembarcó en Santander en 1522. Al año siguiente fue objeto nuevamente del favor real al ser designado miembro de la orden de Santiago y gentilhombre de la Casa de Borgoña, organización al servicio de la corona que, junto a la Casa de Castilla, agrupaba a quienes trabajaban más cerca del monarca...Para saber más pulse aquí.
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