Maldita sea,
la piel pegada a los huesos
el hambre siempre acechando
las moscas que van devorando
su universo sin sueños.
Maldita sea,
la mano que se descarga
sobre la inocencia rota
y lo unces con la carga
severa de la derrota.
Maldita sea,
las llagas de los ancianos
que surgen del corazón
cuando lo abandonamos
dando muerte a su ilusión.
Maldita sea,
el colchón apolillado
donde me tiendo a pensar
si es mi mayor pecado
el que me ponga a rezar.
Maldita la noche sin luna
ni estrellas en el firmamento
cuando miro la mala fortuna
del pobre y su sufrimiento.
Ángel Reyes Burgos