Amable soledad, muda alegría,
que ni escarmiento ves, ni ofensas lloras;
segunda habitación de las auroras;
de la verdad primera compañía.
Tarde buscada paz del alma mía,
que la vana inquietud del mundo ignoras,
donde no la ambición hurta las horas,
y entero nace para el hombre el día.
¡Dichosa tú, que nunca das venganza,
ni de palacio ves con propio engaño,
la ofendida verdad de la mudanza,
la sabrosa mentira del engaño,
la dulce enfermedad de la esperanza,
la pesada salud del desengaño!
Diego Hurtado de Mendoza, Hijo del conde de Tendilla, estudió en Granada y en la Universidad de Salamanca. Diego tuvo una privilegiada infancia muy influida por la figura paterna. Su padre, Íñigo López de Mendoza y Quiñones, más conocido por el Gran Tendilla, era Capitán General del reino de Granada al tiempo del nacimiento de Diego y tenía su residencia fijada en La Alhambra. Su madre era Francisca Pacheco, hija de Juan Pacheco, marqués de Villena. Para saber más pulse aquí.
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