¿A qué apenarse tanto por las pequeñas cosas?
Guardemos el pesar para lo irreversible.
Si se olvidan los besos y marchitan las rosas,
soportemos la vida, con ánimo apacible.
Vistámonos con alas de etéreas mariposas,
soñemos en lo alto la cumbre inaccesible,
que dejando detrás ideas enojosas
la vida cotidiana será más accesible.
Aceptemos un mundo que sea conciliable;
un solo hecho cuenta carácter trascendente:
el hecho de no ser, un día, de repente,
y de decir adiós a todo lo mutable,
viviendo en armonía, tratando que no estorbe
nada de lo minúsculo, ante el girar del orbe.
El cambista sostiene minúscula balanza
con que pesa, prolijo, los objetos preciosos:
monedas, joyas, dijes, que forman la esperanza
del próspero comercio de los cautos esposos.
La mujer, en los ojos, acusa desconfianza,
mientras hojea un libro con dedos despaciosos;
la otra mano, que muestra una fina alianza,
reposa sobre un libro de ornamentos piadosos.
Trajes rojo y azul; las tocas blanca y negra
se funden con la tabla de color verde, lisa,
y el dorado, disperso, todo el ambiente integra.
Un espejo ovoidal, en la mesa dispuesto,
refleja una ventana y a un hombre que pesquisa
apoyado en el marco, desde un lugar opuesto.
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