Nunca creí poder llorar como lloran las rocas
duras y húmedas.
Llorar como lloran las nubes negras,
desafiantes y amenazadoras.
Llorar como los ríos que confunden sus aguas
turbias con lágrimas limpias.
Llorar como lloran los cristales en una tormenta.
Como las olas que arrastran todos los llantos
vertidos en los mares desde todas las orillas.
Nunca creí poder llorar todas las lágrimas del mundo.
Los llantos más amargos de las madres
y los padres con sus hijos entre los brazos.
Las lágrimas del combate de vencedores y vencidos.
Las que se lloran por los rincones
y se llenan de polvo y vuelven a llorarse llenas de barro.
Llorar y no poder hartarme.
Llorar a sacudidas, llorar por los niños muertos de hambre, de frío, de sangre.
Llorar con las uñas en la alambrada. Llorar hasta deshacer los muros.
Llorar piedras y llorar balas hasta explotar en los ojos las lágrimas.
Llorar por los míos y los otros. Por los muertos y los vivos.
Llorar llantos de amores también.
Lágrimas saladas que te tragas y vuelves a llorarlas.
Llorar como llora el rocío, como lloran los Polos que las esconden en el hielo
y se quedan para siempre congeladas de frío.
Llorar a gritos, en silencio, a escondidas, a plena luz del día. Llorar sin lágrimas.
Llorar hasta rendirme. Y volver a
Llorar los recuerdos borrados por las huellas del olvido, y llorar el futuro.
Llorar por los ojos, retorcer el pañuelo y llenar un pozo vacío.
Llorar de dolor hasta empaparlo, hasta que deje de doler y seguir llorando
todas las lágrimas que aún quedan por llorarse hasta el fin del mundo.
Oliverio Girondo
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