muda del gorjeo atrevido del músculo hablante
afónica de la decisión de emitir-me en sonidos,
una cortina de acero guardó el tesoro parlante
antes que desguace la garganta, un ténue suspiro.
Que me miras y te miro,
y me adornas con profundos besos
aquello que está entramado en el fondo errante
del alma mía y en tu consecuente celo.
Y me quedé sin palabras, me voy y me vuelvo
disléxica, disfónica, disfálica, disglósica,
(dis-tinta) y tequierotequierotequiero.
Los labios entreabiertos del desvelo,
dando paso a la brisa de tu nombre,
enjugando en las fauces, tu esencia de hombre.
Me quedé sin palabras, te juro que no puedo
disfrazar el aire que bulle por dentro.
No me paren palabras los planetas de mis senos
cuando erguidos te piden: ¡bésalos de nuevo!
El silencio es el grito que despierta el verso.
Me quedé sin palabras
cuando me dices: ¡ya muero!
Recién allí, en un "te amo"
torna en gutural gemido, mi verbo.
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