Me ocurres, como una extraña marea
ataviada de labios,
mientras los ojos se enredan
en un cielo despoblado,
en esas noches oscuras, sin estrellas,
con una luna dormida entre las manos.
Me ocurres en cada pedazo de tiempo
en el que existo y no,
mientras las horas se empeñan en ser sueño
sobre ese viejo colchón en el que habito,
cuando te invento en mi pecho,
y reescribo tu carne en un latido.
Me ocurres en el aire que respiro,
en el leve temblor de un pétalo,
en la frescura del rocío.
En la breve llovizna que cubre mis ojos
cuando te miro.
Me ocurres en cada sorbo de café
donde se esconde el gemido,
entre los trozos de papel
donde te escribo.
En cada paso con su pie,
en cada sombra que no ves…
en cada pedazo de piel…
¡me ocurres!
¡Ocurres dentro de mí, dulce y sombrío!
Y la noche atormentada te desanda,
entre sábanas que sudan mi delirio
y la boca hambrienta busca tu mirada
por besar la desnudez que hay en tu ombligo
y se mueren las certezas y se callan
y en silencio, dulcemente… ¡te hago mío!
¡Me ocurres en la piel cuando te miro!
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