Ha sido en la noche,
la noche más larga,
la noche más bella
con una doncella,
de la aristocracia.
Érase la noche,
pura y sosegada;
pupilas de fuego,
en mi se clavaban
igual que cristales,
por toda mi alma.
Érase la noche
la noche de plata,
la noche de besos,
de sedas bordadas,
la de ver sus senos,
la de abrir ventanas,
de su bello cuerpo
cargado de llamas,
por toda su pelvis,
por partes sagradas,
entre sus columnas
de cera y de nácar.
Ardía la selva,
de aquella doncella
de la aristocracia.
Érase la noche,
la más perfumada,
de aquella doncella,
ardiente y callada.
Érase la noche
en su dulce cama,
en su amada selva,
de púrpura y grana.
Le abrí lentamente,
pasé a su entraña
y dando suspiros
por la gran descarga,
aquella doncella,
tan linda y tan guapa,
moría en la brisa,
que besa y abraza,
y abre sabores
sabores que abrasan.
Y el dulce bracito
sin camisa blanca,
que al estar profundo
más sabores daba,
a la dulce hurí,
de la aristocracia
la que yo inundé,
de azúcar y agua.
Se queda dormida,
la joven zagala,
le estiro el cabello,
le beso su cara,
y la dejo sola
tendida y saciada,
en su caserío
de grandes murallas.
Me visto de prisa,
abro la ventana,
me tiro al jardín
y un perro me ladra,.
y al sentirme ir,
ella se levanta,
quedando derecha
junto a la ventana.
Me voy por las sombras,
salto la muralla,
ya veo la aurora,
los claros del alba,
y rayos de luz
de aquella mañana.
Y aquella doncella,
mirando callada,
se queda tan sola
después de una noche,
cargada de llamas.
Su noche de fuego,
su noche dorada,
su noche encendida,
la más deseada,
de aquella doncella
de la aristocracia.
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