Dos sonetos de Federico García Lorca

Amor de mis entrañas, viva muerte, 
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita, 
que si vivo sin mí quiero perderte. 

El aire es inmortal, la piedra inerte 
ni conoce la sombra ni la evita. 
Corazón interior no necesita 
la miel helada que la luna vierte. 

Pero yo te sufrí, rasgué mis venas, 
tigre y paloma, sobre tu cintura 
en duelo de mordiscos y azucenas. 

Llena, pues, de palabras mi locura 
o déjame vivir en mi serena noche 
del alma para siempre oscura.
Tú nunca entenderás lo que te quiero 
porque duermes en mí y estás dormido. 
Yo te oculto llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.

Norma que agita igual carne y lucero 
traspasa ya mi pecho dolorido
y las turbias palabras han mordido 
las alas de tu espíritu severo.

Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi agonía
en caballos de luz y verdes crines.

Pero sigue durmiendo, vida mía.
Oye mi sangre rota en los violines.
Mira que nos acechan todavía.




















El 6 de enero de 1923, festividad de los Reyes Magos, Falla participó en una fiesta privada montada por Federico, Adolfo Salazar y Hermenegildo Lanz, dedicada a dos niñas de la familia, su hermana Isabel y Laura, la hija de Fernando de los Ríos.​ Se representó una adaptación lorquiana para títeres de cachiporra del cuento andaluz "La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón"

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