Sonetos XXXVII y XXXVI, Garcilaso de la Vega

A la entrada de un valle, en un desierto, 
do nadie atravesaba, ni se vía, 
vi que con extrañeza un can hacía 
extremos de dolor con desconcierto;

agora suelta el llanto al cielo abierto, 
ora va rastreando por la vía; 
camina, vuelve, para, y todavía 
quedaba desmayado como muerto.

Y fue que se apartó de su presencia 
su amo, y no le hallaba; y esto siente; 
mirad hasta do llega el mal de ausencia.

Movióme a compasión ver su accidente; 
díjele, lastimado: «Ten paciencia, 
que yo alcanzo razón, y estoy ausente».
Siento el dolor menguarme poco a poco, 
no porque ser le sienta más sencillo, 
más fallece el sentir para sentillo, 
después que de sentillo estoy tan loco.

Ni en sello pienso que en locura toco, 
antes voy tan ufano con oíllo, 
que no dejaré el sello y el sufrillo, 
que si dejo de sello, el seso apoco.

Todo me empece, el seso y la locura; 
prívame éste de sí por ser tan mío; 
mátame estotra por ser yo tan suyo.

Parecerá a la gente desvarío 
preciarme de este mal, do me destruyo: 
y lo tengo por única ventura.






















Formaba parte del séquito del Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II duque de Alba de Tormes cuando Carlos I desembarcó en Santander en 1522. Al año siguiente fue objeto nuevamente del favor real al ser designado miembro de la orden de Santiago y gentilhombre de la Casa de Borgoña,10​ organización al servicio de la corona que, junto a la Casa de Castilla, agrupaba a quienes trabajaban más cerca del monarca...Para saber más pulse aquí.

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