Su idilio fue una larga sonrisa a cuatro labios...
En el regazo cálido de rubia primavera
Amáronse talmente que entre sus dedos sabios
Palpitó la divina forma de la Quimera.
En los palacios fúlgidos de las tardes en calma
Hablábanse un lenguaje sentido como un lloro,
Y se besaban hondo hasta morderse el alma!...
Las horas deshojáronse como flores de oro,
Y el Destino interpuso sus dos manos heladas...
Ah! los cuerpos cedieron, mas las almas trenzadas
Son el más intrincado nudo que nunca fue...
En lucha con sus locos enredos sobrehumanos
Las Furias de la vida se rompieron las manos
Y fatigó sus dedos supremos Ananké...
Delmira Agustini nació en Montevideo el 24 de octubre de 1886 en una familia burguesa, hija de Santiago Agustini y de María Murtfeldt. Fue una niña solitaria, educada en el propio hogar donde recibió clases de francés, de música y de pintura, a cargo de maestros particulares. La madre de Agustini tenía un carácter autoritario y absorbente que marcó la personalidad de la joven poeta. Ante su familia tenía un carácter eminentemente dócil pero paralelamente desarrolló casi en secreto su verdadera personalidad de poeta, en versos de un erotismo encendido, triunfal y agónico a un tiempo. Tenía dieciséis años cuando aparecieron publicados sus poemas y relatos en conocidas revistas de entonces: Rojo y Blanco y La Pètite Révue; también en Apolo (revista de arte y sociología, dirigida por Manuel Pérez y Curis), para saber más pulse aquí.
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