Venid, el arpa que tomé en mis manos
Cuando vagué por la infecunda arena
Tiene una maldición a los tiranos,
Que en sus bordonadas ásperas resuena.
Mas Dios quiso en sus favores
que un sacerdote bendito,
lanzara de guerra un grito
en el pueblo de Dolores.
Grito fue que por ventura,
épico recuerdo encierra;
porque retembló la tierra
con el grito de aquel cura.
Grito que escuchó la gloria
ebria de placer profundo;
grito que se oye en el mundo
repetido por la historia.
Dios del suelo mexicano
retirar quiso el azote,
que al grito del sacerdote
palideció el castellano.
Fue aquel grito, no os asombre,
de resultado inaudito,
que al escuchar aquel grito
volvió el esclavo a ser hombre.
El que antes, pobre villano,
los ojos alzara apenas,
trituró con las cadenas,
la frente de su tirano.
Y tranquilo, porque encono
no cabe en pechos valientes,
con un grupo de insurgentes,
desafió el párroco al trono.
El trono aprestó legiones
con rencorosa bravura,
y la mitra lanzó al cura
tremendas excomuniones.
Realistas e independientes,
por intereses extraños,
lucharon años tras años,
y corrió sangre a torrentes.
Fosas y fosas llenaban
las huestes del rey odiosas,
y del centro de las fosas
surgió este grito valiente.
ANTONIO PLAZA
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