¡Qué poco basta para suplir ausencias!
Una fugaz caricia,
un oculto beso,
una mirada discreta,
logran ocupar siderales agujeros
y calman tormentas caribeñas.
En ese minuto asoma el corazón a las afueras,
por los poros rebosa el alma
y la indiferencia huye rastrera.
Mas el tiempo inexorable tañe punzante,
reclama su espacio sin tregua,
se desanudan los brazos
y se recobran las mentes cuerdas;
con las manos tras la espalda
y la inocencia en la sonrisa puesta.
La brisa recogió el furtivo encuentro,
voló con él a la montaña secreta
donde reposan los sigilosos abrazos
de la gente que se ama sin estridencias.
Adiós mi bien, que te acompañe la aurora,
no olvides la mañana perfecta
en que mis brazos perdieron el freno
y robaron un trago de tu añorada esencia.
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