A tu almohada...



Dile a tu almohada que anoche mi cercanía
nunca… en ningún momento te perturbó,
que por tu mente nunca pasó la fantasía,
de sentir que alguien te besaba y que era yo.

Cuéntale a tu almohada a ver si te lo cree,
que tan cerca de mí no estabas inquieta,
júrale que no eres tú la que siempre se lee
con ansias cada letra que suelta este poeta.

Sabes que tu almohada escucha muy callada,
aunque lo que le cuentes sean mentiras…
porque no le dices que te sientes enamorada,
ni que flotas en el aire cuando me miras.

Confiésale a ella que siempre tiemblas mucho
que temblaste con los besos que sólo te ofrecí,
dile que no son por mí los suspiros que escucho
ni fui la causa de las sonrisas que obtuve de ti.

Convéncela de que es poco lo que me enseñas,
que no te interesa para nada seguir mis pasos,
y que al dormirte nunca, pero nunca sueñas,
que estás delirante de amor en mis brazos.

Tal vez tu almohada te crea algo, podría ser,
aunque debo suponer que seguro te conoce,
y si es así, con seguridad tiene que saber,
lo que puede hacer en ti, sentir sólo mi roce.

Pero si lloras, así sea una lágrima solamente,
porque ya no puedes callarle más tu verdad,
suelta lo que hay en tu alma, en tu mente,
y háblale de tu deseo, de toda tu ansiedad.

A ella, así sea entre lágrimas le puedes decir
que te enamoraste aunque no era tu deseo…
ella seguro en cada lágrima podrá percibir,
lo mismo que yo en cada temblor tuyo veo.

Y al día siguiente, no me cuentes que le dijiste,
pero sabes que yo igual todo lo he de saber…
el deseo incontrolable que en mis brazos sentiste,
y el secreto pecado de sentirte mi mujer.

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