Portaba de la mano su muñeca
y en su cara brillaba la alegría,
al tiempo que en sí misma se metía
después de desprenderse de una mueca.
Hilaba en esa rueda de la rueca
del tiempo que su vida permitía
y nunca conoció, pues no podía,
el mundo donde todo cristo peca.
Era inocente porque así lo quiso
el cielo cuando vino a nuestro mundo,
ángel sin alas que llegó trayendo
hasta mi casa un tierno paraíso
lleno de un dulce amor y tan profundo,
difícil de entender, pero lo entiendo.
Cristino Vidal Benavente
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