No hay animal que obrando por instinto
se ensañe enfurecido con su hembra
tan solo el hombre actúa así - distinto -
y acaba con sus actos cuanto siembra.
Apenas una bestia malnacida
apela a las maltratos y golpizas
para ultrajar la dama, ayer querida,
haciendo de su amor solo cenizas.
Los rudos, con las damas valentones,
esconden con recelo algo con nombre:
su sinigual carencia de cojones
para enfrentarse igual con otro hombre.
Es fácil golpear al indefenso
y más si aquél soporta sumisión
por ello esos malditos, siempre pienso,
habrían de pudrirse en la prisión.
Levanten al unísono sus voces
poetas, escritores y juglares,
señalen y denuncien los atroces
que rondan por ahí por centenares.
Que caigan sobre tanto macho falso
las voces de repudio y de exclusión;
y sea el señalarlos un cadalso
en donde se condene su actuación.
Y ahora toda dama de la tierra
se trate con la estima que merece
para poder decir que al fin se cierra
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