
de un monte en el reducto más profundo,
se perpetraba el crimen más inmundo
al que al hombre Satán llevar pudiera:
En cabruna apariencia, ¡oh, qué quimera!
reverenciaba al Príncipe del Mundo
y le estampaba el beso nauseabundo
la horda que al Terror estremeciera:
Espantajos deformes y temibles
y tarascas de muecas imposibles,
homúnculos y engendros del Averno,
del Mal los hijos más inconcebibles,
el ejército fiero del Infierno
al que ha de derrotar el Dios Eterno.
Osvaldo de Luis
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