Miguel Hernández. Dejó las armas,


Vino. Dejó las armas,
las garras, la maleza.

La suavidad que sube,
la suavidad que reina
sobre la voz, el paso,
sobre la piel, la pierna,
arrebató su cuerpo
y estremeció sus cuerdas.

Se consumó la fiera.
La noche sobrehumana
la sangre ungió de estrellas,
relámpagos, caricias,
silencios, besos, penas.
Memorias de la fiera.
Pero al venir el alba
se abalanzó sobre ella
y recobró las armas,
las garras, la maleza.

Salió. Se fue dejando
locas de amor las puertas.

Se reanimó la fiera.

Y espera desde entonces
hasta que el hombre vuelva.

















No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. De Pablo Neruda a Miguel Hernández...Para saber más pulse aquí.

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