A Júpiter
Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
Fulminas jovenetos? Yo no sé
Cuánta pluma ensillaste para el que
Sirviéndote la copa aún hoy está.
El garzón frigio, a quien de bello da
Tanto la antigüedad, besara el pie
Al que mucho de España esplendor fue,
Y poca, mas fatal, ceniza es ya.
Ministro, no grifaño, duro sí,
Que en Líparis Estérope forjó
(Piedra digo bezahar de otro Pirú)
Las hojas infamó de un alhelí,
Y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh, tú, mil veces tú!
Al serenísimo Infante Cardenal
Purpúreo creced, rayo luciente
Del Sol de las Españas, que en dorado
Ya trono el Tíber os verá sagrado
Leyes dar algún día a su corriente.
De coronas entonces vos la frente,
Vuestro Padre de orbes coronado,
Deba el mundo un redil, deba un cayado
A vuestras llaves, a su espada ardiente.
Creced a fines tan esclarecidos,
Oh vos, a cuyo glorïoso manto
Sombra son eritreos esplendores,
Y en quien debidamente repetidos
De vuestros dos se ven progenitores
El nombre, lo católico, lo santo.
La crítica desde Marcelino Menéndez Pelayo ha distinguido tradicionalmente dos épocas o dos maneras en la obra de Góngora: el ¡Príncipe de la Luz¡, que correspondería a su primera etapa como poeta, donde compone sencillos romances y letrillas alabados unánimemente hasta época Neoclásica, y el ¡Príncipe de las Tinieblas¡, en que a partir de 1610, en que compone la oda A la toma de Larache se vuelve autor de poemas oscuros e ininteligibles...Para saber más pulse aquí.
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