Abrojos XXXIII- Abrojos LVIII

Abrojos XXXIII

¿Por qué ese orgullo, Elvira? Que se domen
en ti loca ambición, ruines enojos,
y quítate esa venda de los ojos,
y que esos ojos a lo real se asomen.

Mira, cuando tus ansias vuelo tomen
y te finjan grandezas tus antojos,
bellas, rostro divino, labios rojos,
que unas comen pan duro, otras no comen.

Bajan a los abismos nieves puras
cuando rueda el alud; y se hace fango
después de estar en cumbres altaneras.

¡Ay, yo he visto llorar sus desventuras
a encopetadas hembras de alto rango
sobre el sucio jergón de las rameras!
Abrojos LVIII

¿Que por qué así? No es muy dulce 
la palabra, lo confieso. 
Mas, de esa extraña amargura 
la explicación está en esto: 
después de llorar mis lágrimas 
ásperas como el ajenjo, 
me alborotó el corazón 
la tempestad de mis nervios. 
Siguió la risa al gemido, 
y a la iracundia el bostezo, 
y a la palabra el insulto, 
y a la mirada el incendio; 
por la puerta de la boca 
lanzó su llama el cerebro, 
y en aquella noche oscura, 
y en aquel fondo tan negro, 
con la tempestad del alma 
relampagueó el pensamiento, 
y les salieron espinas 
a las flores de mis versos.
























Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, uno de mis tatarabuelos tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por don Darío; a sus hijos e hijas, por los Daríos, las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, convertido en patronímico, llegó a adquirir valor legal; pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío...Para saber mas pulse aquí.

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