Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,
a ver si con partirlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.
Sí; en tu cerca ruin, que desordena
ya abril con su pasión verdecedora,
al sol más libre ¡oh árbol preso!, dora
tu cúpula broncínea, blanda y plena.
Por ti es fuerte tu cárcel; por ti amena
su soledad inerme. Inmensa aurora
es tu sombra interior, fresca y sonora
en el yermo sin voz que te encadena.
Ave y viento, doble ala y armonía,
vendrán a tu prisión, sin otro anhelo
que el de la libertad y la hermosura,
Espera, ¡oh árbol solo! ¡oh alma mía!,
seguro en ti e incorporado al cielo,
firme en la excelsitud de tu amargura.
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