Los fríos en febrero rivalizan
con la blanca textura de la nieve;
siendo el mes del amor, por corto y breve,
las horas y los besos empatizan.
Hacia el fuego, las manos se deslizan
en busca de un calor que a bien se atreve
a ofrecer el alivio corto y leve
de las ascuas rojizas que agonizan.
La tarde es una eterna marejada
de pájaros y anhelos rezagados
en busca de una brisa lisonjera.
La luna, esa presencia limitada,
soporta los momentos más helados
pensando en su florida primavera.
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