Con devotos doblando las esquinas
y abril sin musitar ningún reproche,
desfilan lentamente por la noche
los pecados de ayer con sus doctrinas.
Las saetas, angustias cristalinas,
gritan en su agonía, con derroche;
la sangre sigue siendo el rojo broche
que dejaron las manos asesinas.
La procesión enciende velas largas,
cuya cuna de luz son las estrellas
en medio de un sosiego atronador.
Y se endulzan las lagrimas amargas,
esperando que Cristo beba de ellas
y calme, mientras bebe, su dolor.
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