GRAN AMOR


Una vez tuve unos zapatos nuevos que en su día escogí con cariño y con esmero. Eran unos zapatos grandes, de cuero negro, que por mi Amor brillaron tanto –quien lo diría- tanto como el mismo sol de mediodía.
Recuerdo que me los probé en la tienda y paseé con ellos por entre los mostradores ¡y hasta por encima! Tan bien me sentaban que, más que andar, yo flotaba. Parecíamos uña y carne, sí, me sentaban como un guante.
Aquel día nació un Gran Amor, comunión Perfecta: mis zapatos y yo.
Cada noche me acosté impaciente deseando escuchar la desagradable sinfonía de aquél gallo mecánico que anunciaba el nuevo día.
Y así calcé mis zapatos cada mañana, ésta y otra, y un mes y un año... Cada segundo de cada día yo disfruté y acaricié su divino propósito de proteger mis pies. Su comodidad, su calidez y su elegancia se pusieron a mi servicio y yo aproveché la experiencia y agradecí su oficio.
Jamás desperdicié, de corazón, un solo instante de aquella sagrada unión. Jamás torturé mi mente, simplemente, elucubrando cuando, como, o por donde se romperían porque si me hubiese atrevido a pensar en su ya previsible final os aseguro que no habría tenido tiempo de amarlos tanto. Y es que cada instante, lo sé, empieza y termina justo a la vez y, si no vives un segundo, éste fallece a tus pies. Y ahora pensarás: “Ya, pero después de este segundo habrá otro y luego más". Bien dijiste: será OTRO sí, más nunca el mismo, ya nunca igual y pensando como piensas... también te lo perderás.
Por esto yo no dejé de sentir, mientras duró, la suave caricia de la negra piel de aquellos zapatos rozando la blanca mía.
Y fue como os cuento hasta que llegó el momento en que por su suela abierta murmuró el destino que mis -otrora nuevos- zapatos viejos habían dejado de servirme y que su mudo propósito de proteger mis pies concluía con el anunciado desgaste de sus materiales.
Bien sabe Dios que yo habría sido eternamente fiel al disfrute de mi calzado pero prolongando su uso contra propósito -sólo por miedo o por compromiso- no habría conseguido otra cosa que destrozar mis pies.
Así que, sin más, di gracias y los sacrifiqué sin ponerme siquiera a pensar si caminaría descalzo a partir de entonces o aprendería a volar.

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