Vestía el hombre harapos de ventura,
jirones de heliotropos, de azucenas.
El aroma de un trágico final
envolvía gardenias silenciosas
por vigilias sin alba.
Entre la lobreguez esclarecían
diez guirnaldas de estrellas
goteando su llanto luminoso.
Un sudario de sombras invisibles
cubría los desnudos.
El ángel de alas rotas
perecía en el fango
con plumas impregnadas de alto vuelo.
La siembra está granada.
Amanece, María, la promesa
sobre tu flor de loto
cuyos pétalos blancos
jamás fueron tocados por el limo.
Surge la antigua forma que dibuja
el universo azul
donde el cisne reencuentra la ambrosía.
Alondras penitentes
anuncian a las brasas
el húmedo verdor de las cenizas.
La oscuridad descorre sus crespones
acercando la luz al novilunio.
Marchitos crisantemos se deshojan
con el temblor del éxtasis.
El fruto del olivo está en sazón,
germina la semilla en el trigal
y la viña enraíza.
El óleo, el pan y el vino
maduran el encuentro.
Comienza el despertar de la materia.
La cuna universal recibe al Sol
con sábanas de almendros florecidos.
El río de la vida
fecunda los estériles desiertos.
El mar sigue en sus límites.
Rasgan las nubes claros resplandores.
Toda la creación se inflama en cánticos
y deleita a las dunas el maná
por tu inocencia intacta.
Emma-Margarita R. A.-Valdés
Del Libro "Antes que la luz de la alborada, tú, María"
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