Cuantas veces os preguntaron en la vida, ¿quieres ser mi amigo?...
Quizás ninguna, porque esa franqueza solo se da en los niños, después cuando crecemos empezamos a blindarnos y todos nuestros actos lo sopesamos por culpa de esos palos que nos llevamos y la incredulidad que ponemos en las relaciones interpersonales.
Fallamos continuamente por culpa de nuestro egoísmo, no le damos la suficiente importancia a los sentimientos ajenos, anteponemos nuestro yo a costa de las espinas que vamos repartiendo a lo largo de nuestra vida y terminamos por no creer en los demás, pero sobre todo, dejamos de creer en nosotros mismos. Se nos va instalando un muro invisible que nos separa y aísla y conforme vamos creciendo, nuestro muro es cada vez mas y más opaco, sin que podamos acceder a los sentimientos ajenos, sin darnos cuenta que ese muro esta fabricado por nosotros mismos.
La mayoría de las veces, esto sucede por que nos han dado algún palo que ha echo tambalearse la manera en la que sentíamos la amistad, nos vestimos con una armadura que creemos nos protege, perdemos esa frescura y espontaneidad con que afronta la vida esos pequeños monstruos de los que teníamos que aprender tantas cosas...
Que bonito seria de adulto poder tener la frescura de preguntar, ¿quieres ser mi amigo?...
sin rodeos y sin miedo al rechazo, pero cuando una persona esta reflexionando con algo como esto, que mejor empezar por uno mismo y en lugar de aislarse en la calle mirando a las personas por encima del hombro, hacerle la pregunta, puede que te sorprenda la respuesta y si te dice que no, quédate con tu buena intención sin que te afecte y piensa en lo que el se ha perdido, por que la amistad, tiene que ser un regalo que la mayoría de las veces tenemos que ganarnos...pero siempre siempre, aceptarla como un regalo de la vida...
Ángel Reyes Burgos
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