Estábamos en la cueva donde dábamos buena cuenta de nuestras víctimas, la cueva donde vivían los perros antes de unirse a mí, la entrada estaba perfectamente camuflada por unos matorrales, aunque alguien pasara delante de la entrada, no la vería.
Las voces que se alejaban, de pronto la escuchamos más cerca, permanecimos todo el día en el interior de la cueva, una voz se alzó sobre las demás en un grito…Eva Mariaaa
¿Donde estas hija miaaaa?, en cada grito, solo se obtenía el sombrío eco del silencio…
La oscuridad se hizo dueña de la belleza que infería el astro rey al frondoso espectáculo del monte, los tétricos ruidos de la noche, hacían tener los cinco sentidos alertas…
Me asomé al exterior cuando la noche era totalmente cerrada, una pequeña hoguera lucia cercana, le hice señas a los perros con mi dedo índice sobre los labios en señal de silencio, conminándoles a salir a la oscura noche sin luna.
Como si fueran soldados, los perros reptaban junto a mi en dirección a la hoguera sin escuchar ya ni un solo susurro de esos hombre…cuatro bultos aparecían ante la débil luz de las llamas, sus escopetas descansaban sobre sus cuerpos dispuesta a la acción ante la menor señal de peligro…pero no estaban preparados para el peligro que se les echaba encima en forma de animales y uno mas animal con cuerpo de hombre…
La acción se desarrolló de forma rápida y quirúrgica, como solo los cuerpos de elite las saben ejecutar, un perro estaba a la altura del cuello de uno de los hombres, el otro acechaba a su compañero y yo sobre el que estaba cerca durmiendo con su amigo…
A mi señal, de una sola dentellada los perros acabaron con su presa destrozándole la garganta, yo con un certero golpe de mi maza le abría el cráneo a mi victima, no murió inmediatamente, sucumbió antes de coger su escopeta a otro contundente golpe, ese segundo golpe permitió a su amigo perderse entre los arbustos y desaparecer…
Los perros ajenos a mi orden para que lo persiguiera, se daban un buen festín, el silencio se hizo absoluto a nuestro alrededor, el sonido que producían al desgarrar la carne y triturar los huesos, era demasiado aterrador para los animales nocturnos del entorno que permanecían en completo silencio.
Aproveché la pequeña hoguera para echar unos trozos de carne, pues aunque la prefiero cruda, en una incursión nocturna a los alrededores de la aldea, tome sin permiso un conejo que un hombre asaba sobre la lumbre, no pedí permiso por que los muertos no te lo dan y ese hombre estaba bien muerto después de que mi maza se encargara de él…
Cuando quedamos satisfechos, limpie todos los rastros de nuestro paso y el de los hombre por el lugar, yo cavaba y los perros traían los despojos de sus presas para echarlos al agujero, apagué el fuego y enterré las cenizas y los palos calcinados, cuando terminé la operación, nadie podía imaginarse nuestra presencia o la de esos hombres, pero había un cavo suelto que no me podía permitir dejarlo así, aunque de forma fugaz, el que escapó me había visto la cara y jamás se le olvidaría…
Estaba en esos pensamientos cuando un grito rompió el silencio de la noche… asesinos, os daré muerte aunque tenga que bajar al mismo infierno…el eco de un disparo como una sentencia, se propagó germinando como una venganza plantada en la tierra…De mi novela Venganza salvaje que pueden seguir leyendo pulsando aquí.
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