Al comienzo de la primavera, la pareja ponía rumbo de nuevo a la aldea, dos mulas lo acompañaban cargadas de cuanto necesitaban para cumplir los planes que habían trazado. En el pueblo no mencionaron nada de lo que había pasado en la aldea, la venganza era solo suya y no quería intromisiones de alguaciles o curiosos.
Aparentemente todo estaba igual cuando llegaron, pero al entrar en una de las chozas, tres hombres descuartizados y a medio devorar, estaban tendidos muy cerca unos de otros en el suelo con las cámaras de sus escopetas vacías y cartuchos por el suelo.
La choza estaba plagada de ratas, pusieron una jaula delante, echaron antorchas dentro para que salieran y todas quedaron atrapadas. Las metieron en un saco…serian útiles.
No había signo de más intrusos por los alrededores y se llevaron los cuerpos al cementerio para enterrarlos en otra fosa común. Sobre la cruz pusieron un tres y ese fue todo su epitafio. Pronunciaron una breve oración y se encaminaron a su choza.
Descargaron las mulas y ordenaron dentro todo lo que traían, la dinamita era abundante, tabletas prensadas con hojas de adormidera, otras raíces y setas venenosas que producía alucinaciones y desequilibrio, un pico y una pala, grandes clavos de hierro, una maza de hierro, un rollo completo de alambre de espinos que desenrollaron y cortaron aproximadamente en trozos de diez metros, una gran cantidad de carne de burro sin huesos y munición para las escopetas…casi todos los comestibles que trajeron, eran a base de embutidos, carnes y pescado seco y latas en conserva, no podían dedicarse a ir de caza porque lo querían tener todo preparado para el día siguiente.
Cargaron las tres escopetas que pusieron junto a la mesa donde se iban a sentar a comer, se había hecho tarde, eran las diecisiete horas y en dos más empezaría a oscurecer.
Los hombres que habían encontrado, parecían llevar varia semanas muertos y no creían que esas bestias estuvieran cerca de la aldea con tanto tiempo sin aparecer nadie por allí,
La comida transcurrió sin ninguna sorpresa y al hacerse de noche se acostaron, querían levantarse muy temprano, a las tres de la mañana cargaron las mulas y se pusieron rumbo a la cueva, por un camino distinto al que tomaron la última vez.
Iban subidos sobre la carga de las mulas, los animales llevaban un buen paso y por la tarde a las seis, divisaban la cueva a lo lejos, por el momento no se querían acercar más, necesitaban antes de intentar cumplir los planes, confirmar que estaban dentro.
La luz del día se disipaba lentamente para dar paso a una hermosa luna que les permitía ver sus alrededores, se sentaron a cenar, queso de oveja, carne salada y un trozo de jamón de cerdo curado, bebieron de la bota vino con moderación, para no embotar sus sentidos y permanecer alerta ante cualquier peligro.
Con las escopetas cargadas y dispuestas a su lado, decidieron dormir por turnos de dos horas cada uno para permanecer en cada momento vigilante.
Por tres días se quedaron en el mismo sito vigilando la cueva sin que notaran la presencia del hombre o los animales, al amanecer del cuarto día los ladridos de los perros le alertaron, los vio entrar en la cueva e inmediatamente se pusieron en marcha.
Javier llegó por encima de la cueva con una mochila cargada de explosivos, encendió la mecha y la tiró a la entrada, se desprendió toda la roca de encima tapando la salida de la cueva, la bóveda era poco gruesa y se escucharon ladridos y maldiciones… Lucrecia se sentó junto a él, descansemos un rato y terminemos con esta pesadilla…De mi novela Venganza salvaje, para seguir leyendo, pulse aquí.
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