Después de la carnicería de la aldea, volvieron sobre sus pasos a la zona de las cuevas, aún le quedaba al hombre muchos deseos de venganza, tantas como las que tenía clavada Javier en su atormentada alma.
Estaba nevando y Amadeo se refugiaba bajo unos arbustos para vigilar a cierta distancia la entrada de la cueva y dar la voz de alarma si alguien se acercaba. Amadeo llegó un día a la aldea huyendo de un puerto pesquero donde había dado muerte al capitán de un barco atunero que había violado y arrojado a su novia por la borda, mientras el iba a tierra a realizar unas compras para el capitán. La muchacha apareció flotando cerca del barco con multitud de heridas causada por los depredadores que acechan junto a los barcos de pesca para aprovechar los restos que se lanzan por la borda.
Un marinero le señaló el cuerpo que estaban recogiendo en ese momento del mar y le dijo, esa es tu novia, el capitán la arrojo al agua después de violarla, yo mismo escuché sus gritos, pero dos de sus secuaces estaban en la puerta del camarote y no pude hacer nada para ayudarla, cuando salió a la superficie estaba ensangrentada y muerta.
Amadeo contuvo las lagrimas y no dijo nada, se marchó a beber a una taberna del puerto y estuvo allí con una capucha puesta hasta que vio entrar al capitán, fue por detrás donde este se sentó con una jarra de cerveza que pidió en el mostrador y le atravesó desde la espalda hasta el pecho el corazón con una enorme daga, le echo la cabeza hacia atrás y mirándole a los ojos le dijo…soy yo maricón, mírame mientras te mueres, cuando expiró le dio un fuerte cabezazo contra la mesa y salió corriendo.
Amadeo seguía en su labor de vigilancia creyéndose oculto bajo los matorrales, escuchó un leve ruido detrás suyo y no le dio tiempo a volver la cabeza, un machete de caza le atravesó la garganta, era la primera vez que ese carnicero mataba con un arma blanca, todas sus víctimas habían perecido de un fuerte golpe de su maza. Había dejado los perros atados lejos para poder acercarse al hombre sin levantar sospechas…
Le ató una piedra a una sandalia que le quitó, se acercó lo más que pudo a la entrada de la cueva y la lanzó escabulléndose inmediatamente entre la vegetación…Lucrecia estaba vigilando en la entrada y no había visto nada sospechoso hasta que alzó la vista por algo que le llamó la atención y aterrizaba las sandalias del pescador a unos metros de sus asombrados ojos.
En el lado opuesto, al nordeste, había quedado otro hombre vigilando, era de origen ruso, un superviviente escapado de un campo de trabajo sentenciado a treinta años por desertor. Como buen conocedor de la nieve se encontraba perfectamente camuflado, sobre los arbusto puso su capa y la cubrió de nieve, no había persona que pudiera descubrirlo, pero los años en la naturaleza, habían hecho desarrollar el oído y olfato de su cazador al nivel de los animales, el hombre no vio a su atacante, el follaje y la capa que lo cubría cayo sobre el aplastado por una placa de pizarra de más de cincuenta kilos que le había dejado fuera de combate. Consciente aún y con la cabeza fuera de su improvisado refugio, vio llegar su muerte cuando el salvaje le cogió por los pelos, le clavó la daga en el cuello y con la maza dio un severo golpe sobre la daga que hizo desprenderse la cabeza de su tronco…fue de nuevo hasta tener a tiro la entrada de la cueva y con su fuerte brazo lanzó la cabeza .cayendo en la misma entrada, los ojos abiertos miraban al interior y un Javier estremecido, miraba los ojos del ruso…De mi novela Venganza salvaje...
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