Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí.
Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.
Y en el ancho lagar de la muerte
aun no quieres mi pecho oprimir.
Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados,
por no ver más enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
Has herido la nube de otoño
y quieres volverte hacia mí.
Me vendio el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di,
y en mi noche del Huerto, me han sido
Juan cobarde y el Ángel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil.
Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido deTi:
Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí.
Especial Semana Santa
Especial Semana Santa
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