El arado y la siembra de la tierra
Son pulsos de tu corazón, labriego,
Son pruebas de que con tu vida en guerra
Puedes vencer como hombre sin talego…
Y empero encuentras luego en tu posguerra,
Sin sentido, a tu pueblo, sordo, ciego,
Con tu raíz cortada por la sierra
De la ignominia, el chasco y el reniego.
Mas yo te encomio al cielo de la raza
Humana y a tu impar naturaleza,
Como si al bosque fueras su secuoya,
Y comparo tu brazo y tu coraza,
Tan próvidos de ingenio y de braveza,
A los célebres héroes de Troya.
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