Del sol llevaba la lumbre,
y la alegría del alba,
en sus celestiales ojos
la hermosísima Rosana,
una noche que a los fuegos
salió, la fiesta de Pascua,
para abrasar todo el valle
en mil amorosas ansias.
La primavera florece
donde las huellas estampa;
y donde se vuelve, rinde
la libertad de mil almas.
El céfiro la acaricia
y mansamente la halaga,
los Cupidos la rodean,
y las Gracias la acompañan.
Y ella, así como en el valle
descuella la altiva palma,
cuando sus verdes pimpollos
hasta las nubes levanta,
o cual vid de fruto llena,
que con el olmo se abraza,
y sus vástagos extiende
al arbitrio de las ramas;
así entre sus compañeras
el nevado cuello alza,
sobresaliendo entre todas
cual fresca rosa entre zarzas;
o como cándida perla
que artífice diestro engasta
entre encendidos corales,
porque más luzcan sus aguas.
Todos los ojos se lleva
tras sí, todo lo avasalla;
de amor mata a los pastores,
y de envidia a las zagalas;
ni las músicas se entienden,
ni se gozan las lumbradas;
que todos corren por verla,
y al verla todos se abrasan.
¡Qué de suspiros se escuchan!
¡Qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire
y no enloquezca en loarla.
Cuál absorto la contempla
y a la aurora la compara,
cuando más alegre sale
y al Cielo en albores baña;
cuál al fresco y verde aliso,
plantado al margen del agua,
cuando más pomposo en hojas
en su cristal se retrata;
cuál a la luna, si muestra
llena su esfera de plata
y asoma por los collados
de luceros coronada.
Otros pasmados la miran
y mudamente la alaban,
y mientras más la contemplan,
muy más hermosa la hallan;
que es como el cielo su rostro,
cuando en una noche clara
con su ejército de estrellas
brilla y los ojos encanta.
y la alegría del alba,
en sus celestiales ojos
la hermosísima Rosana,
una noche que a los fuegos
salió, la fiesta de Pascua,
para abrasar todo el valle
en mil amorosas ansias.
La primavera florece
donde las huellas estampa;
y donde se vuelve, rinde
la libertad de mil almas.
El céfiro la acaricia
y mansamente la halaga,
los Cupidos la rodean,
y las Gracias la acompañan.
Y ella, así como en el valle
descuella la altiva palma,
cuando sus verdes pimpollos
hasta las nubes levanta,
o cual vid de fruto llena,
que con el olmo se abraza,
y sus vástagos extiende
al arbitrio de las ramas;
así entre sus compañeras
el nevado cuello alza,
sobresaliendo entre todas
cual fresca rosa entre zarzas;
o como cándida perla
que artífice diestro engasta
entre encendidos corales,
porque más luzcan sus aguas.
Todos los ojos se lleva
tras sí, todo lo avasalla;
de amor mata a los pastores,
y de envidia a las zagalas;
ni las músicas se entienden,
ni se gozan las lumbradas;
que todos corren por verla,
y al verla todos se abrasan.
¡Qué de suspiros se escuchan!
¡Qué de vivas y de salvas!
No hay zagal que no la admire
y no enloquezca en loarla.
Cuál absorto la contempla
y a la aurora la compara,
cuando más alegre sale
y al Cielo en albores baña;
cuál al fresco y verde aliso,
plantado al margen del agua,
cuando más pomposo en hojas
en su cristal se retrata;
cuál a la luna, si muestra
llena su esfera de plata
y asoma por los collados
de luceros coronada.
Otros pasmados la miran
y mudamente la alaban,
y mientras más la contemplan,
muy más hermosa la hallan;
que es como el cielo su rostro,
cuando en una noche clara
con su ejército de estrellas
brilla y los ojos encanta.
¡Oh qué de celos se encienden,
y ansias y zozobras causa
en las serranas del Tormes
su perfección sobrehumana!
Las más hermosas la temen,
mas sin osar murmurarla;
que, como el oro más puro
no sufre una leve mancha.
¡Bien haya tu gentileza,
otra y mil veces bien haya,
y abrase la envidia al pueblo,
hermosísima aldeana!
Toda, toda eres perfecta,
toda eres donaire y gracia;
el amor vive en tus ojos
y la gloria está en tu cara;
en esa cara hechicera,
do toda su luz cifrada
puso Venus misma, y ciego
en pos de sí me arrebata.
La libertad me has robado
yo la doy por bien robada,
y mi vida y mi ser todo
que ahincados se te consagran.
No el don por pobre desdeñes,
que aun las deidades más altas
a zagales, cual yo, humildes,
un tiempo acogieron gratas;
y mezclando tus ternezas
con sus rústicas palabras,
no, aunque diosas, esquivaron
sus amorosas demandas.
Su feliz ejemplo sigue,
pues que en beldad las igualas;
cual yo a todos los excedo
en lo fino de mi llama.
Así un zagal le decía
con razones mal formadas,
que salió libre a los fuegos,
y volvió cautivo a casa.
De entonces penado y triste,
el día a sus puertas le halla;
ayer le cantó esta copla,
echándole la alborada:
Linda zagaleja
de cuerpo gentil,
muérome de amores
desde que te vi.
Tu talle, tu aseo,
tu gala y donaire,
tus dones no tienen
igual en el valle.
Del cielo son ellos,
y tú un serafín;
muérome de amores
desde que te vi.
De amores me muero,
sin que nada alcance
a darme la vida,
que allá te llevaste,
si no te condueles,
benigna de mí;
que muero de amores
desde que te vi.
Juan Meléndez Valdés, Otras obras del autor son "Poesías" (1785), "A Llaguno" (1794), "Sobre el fanatismo" (1795), "Alarma española" (1808), "Oda a José Bonaparte" (1810-1811), "Prólogo de Nimes" (1815) y "Discursos Forenses" (1821)...Para saber más pulse aquí.
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