La niña de bello rostro
está cogiendo aceituna,
el viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes,
sobre jacas andaluzas.
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
“Vente a Granada, muchacha.”
La niña no los escucha
pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espada de plata antigua.
“Vente a Sevilla, muchacha.”
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
“Vente a Granada, muchacha.”
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.
El universo lorquiano se define por un palpable sistematismo: la poesía, el drama y la prosa se alimentan de obsesiones, amor, deseo, esterilidad y de claves estilísticas constantes. La variedad de formas y tonalidades nunca atenta contra esa unidad cuya cuestión central es la frustración.
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