Siguieron por el monte hacia la cueva donde Lucrecia había dejado su hijo abandonado, un kilómetro antes de llegar a esa cueva, se encontraba la de los perros donde había caído Javier en un pozo trampa con estacas en el fondo, esa cueva no la conocía Lucrecia, cuando llegaron no había nadie y al entrar se horrorizaron del espectáculo tan macabro…el suelo estaba cubierto de huesos y restos de animales y entre ellos algunos eran humanos.
La cueva presentaba en su entrada las mismas características que la otra donde vivían los animales y el hombre, una entrada camuflada por la que había que pasar muy agachado, se encontraba detrás de unos matorrales de jara con espinas y hojas resinosas propia de esa zona de la sierra.
Acumularon los restos en un rincón y limpiaron la zona para disponerse a comer y descansar un rato para preparar las armas con las que contaban para dar caza al hombre y sus animales. Unos ladridos, alertó a los centinelas que avisaron a los compañeros de que tenían compañía, Lucrecia se asomó al exterior y pudo ver como a doscientos metros colina arriba, un hombre y dos perros acechaban a un jabalí, mandó a todos silencio para no alertarlos de su presencia tan cerca de ellos y poder conseguir la sorpresa en la cueva del hombre y sus animales.
En su rostro había tristeza y lagrimas, al fin y al cabo ese era su hijo, pero también tenía la responsabilidad de acabar con un ser tan sanguinario como ese.
El jabalí estaba acorralado contra una encina y los perros atacaban desde los lados mordiéndoles el lomo, un aullido de dolor de uno de los perros apagó, el sonido de los ladridos, el hombre alzo su maza y la descargó con furia sobre una hembra joven que apareció por su costado derecho y la fulminó al momento, los perros dejaron al peligroso jabalí a una orden del hombre, ya tenían su comida y no se iban a arriesgar con ese enorme macho con colmillos de veinte centímetros que te podía abrir en canal con un movimiento de su cabeza…
Se echó su trofeo de caza sobre el hombro y se dirigieron a la cueva, todos se pusieron en tensión esperando el encuentro, pero el hombre y los perros a unos cincuenta metros del sitio de la cacería, giró a su izquierda para dirigirse a la otra cueva donde estaban los dos cachorros que tenían ya la altura de un perro adulto.
Por el momento el grupo se quedó tranquilo y decidieron pasar el resto del día descansando y tomando fuerzas para lo que sabían seria un duro enfrentamiento, no podían entrar en la cueva con esos animales dentro, tenían que hacerlos salir y prepararles unas trampas en el exterior. Lo que más le preocupaba a Lucrecia, era el grado de inteligencia que podía tener su hijo, pues aunque con ese aspecto tosco y abominable, podía haber desarrollado un ingenio suficiente como para darles un disgusto a todos, incluso acabar con sus vidas…aunque ellos eran trece, no podía subestimar la naturaleza salvaje a la que se enfrentaban.
Algo que ignoraba Lucrecia y el grupo, era que el hombre merodeaba continuamente por la aldea en busca de alguna victima que se acercara al río, había visto los preparativos de los aldeanos y a prudente distancia para que no lo descubriera, siguió su marcha hasta cobrar su primera víctima, el asno que tenían en un árbol amarrado. La segunda víctima fue Andrés el carpintero que haciendo guardia cerca de la entrada de la cueva, desapareció sin dejar rastro, Andrés estaba sirviendo de entretenimiento a los feroces colmillos de los cachorros…
Lucrecia se acostó preocupada, presagiaba que las cosas no iban a salir como esperaba...De mi novela, Venganza salvaje que pueden leer completa pulsando aquí
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