Lucrecia la boticaria, se levanta cada día al amanecer para ir a la sierra a recoger plantas medicinales para sus pócimas, a cincuenta metros de la aldea, su grito hizo un dúo con el canto del gallo, Eva que la habían enterrado la noche pasada, estaba allí colgada como un espantapájaros, desnuda y su cuerpo mutilado por las aves de rapiña.
En sus pechos desnudos, tenía grandes agujeros y trozos de piel y carne colgando, de su vientre mutilado salían los intestinos que colgaban hacia sus muslos, se clavó de rodillas con las manos unida, intentaba rezar pero el llanto se lo impedía…
Dos hombres llegaron corriendo alarmado por el grito de Lucrecia y se pararon en seco al ver tan estremecedor espectáculo, había miedo en sus ojos, también mucha rabia e impotencia…llamaron a voces a los aldeanos que rápidamente y algunos a medio vestir, se congregaron junto a la macabra cruz…
Casi al instante, el nombre de Javier corrió de boca en boca haciéndole responsable de tal atrocidad, Lucrecia alzó la voz rota por el llanto y dijo que Javier era incapaz de hacer eso, pero los argumentos en contra lo estaban sentenciando, era el único que habían visto salir de la casa de Eva el día de su muerte y estaba el hecho de que todos sabían que el primo de su mujer que tan salvajemente estaba mutilada en esa cruz, era el amante de Eva que había desaparecido en la batida de búsqueda de su hija Eva María…
El herrero que llevaba una hoz en la mano, la clavo sobre un tronco caído desahogando su furia, maldito seas Javier, vamos a crucificarte aunque tenga que ir solo a buscarte.
Todos sabían que las bravuconadas del herrero se quedarían en nada, pero la vieja Lucrecia si había tomado una determinación, le pidió el asno al leñador que utilizaba para traer troncos a su carpintería y se fue sola al monte, ella quería mucho a ese matrimonio que tan desgraciadamente había terminado y conocía la bondad de Javier, lo encontraría para traerlo a la aldea y que tuviera la oportunidad de explicarse antes que algunos cegados por el odio le dieran muerte…
Javier había estado persiguiendo de noche al hombre que sabía le había dado muerte a su mujer y a su hija, le disparó, al no alcanzarle, se perdió de nuevo entre la maleza y no volvió a encontrar su rastro. Desesperado se propuso volver a la aldea y contar lo que había pasado con los vecinos que le acompañaban en la búsqueda de su hija, la muerte de Eva María y de su mujer…
Regresaba hacia la aldea cuando escucho las llamada de Lucrecia, Javier, Javier…los grandes matorrales le impedían ver quien llamaba, pero no le cabía duda que era la buena viejita que tantas muestra de cariño le profesaba a el y a su mujer, corrió hacia la dirección de la llamada y apareció Lucrecia con las riendas del asno en la mano y visiblemente fatigada, se abrazaron y con lagrimas en los ojos le contó lo que sucedía en la aldea y el motivo de querer ella salir a buscarlo.
Javier no podía creer, que esos amables vecinos a los que tantos favores hizo y les mostrara siempre su bondad y su lealtad, le acusaran del asesinato de sus amigos, de su hija y el de su mujer, lloraba amargamente mientras Lucrecia intentaba consolarlo…
Una vez calmado, escuchó atentamente la proposición de Lucrecia…Te vas a venir conmigo a la aldea, métete en tu choza por detrás procurando que nadie te vea, yo tocaré la campana para reunir a los aldeanos y una vez conmigo, les explicaré todo lo que ha pasado y quien es el responsable de los asesinatos, la gente tendrá que tomar partido para cazar a ese bestia, si quieren dormir tranquilos...De mi novela Venganza salvaje, para seguir leyendo pulse aquí.
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